martes, 25 de marzo de 2008

1.-De quién y de quienes

-¿Has dejado a tu novia? –pregunta Saki- ¿A la arquitecta? ¿Y por una turista de 17 años que no tiene donde caerse muerta? ¡Tú eres gilipollas!


Tengo 27 años.

No tengo estudios.

No tengo familia.

No tengo amigos.

Vivo en el extranjero

Trabajo en una discoteca.

Me emborracho cada noche.

Quiero ser mochilero.

Nunca he conseguido nada.

Mi futuro, visto a través de los ojos de Saki, no se presenta muy halagüeño.

Tengo más posibilidades de llegar a los cincuenta siendo un borracho esquizofrénico, que siendo un padre de familia ejemplar.


-Sí, la he dejado –contesto-. Y me da igual toda la estabilidad que me hubiera podido dar en el futuro. Me da igual todo el dinero del mundo ¡Yo quiero ser Henry Miller! ¡Yo quiero ser Chinaski! ¡Yo soy Bandini!


Y me giro, y me pongo a trabajar: dándole la espalda. Sé que, en lo que queda de noche, no me va a volver apetecer a hablar con Saki. Y también sé que se ha molestado conmigo: he nombrado a escritores (y personajes) de los que él no tiene ni puta idea: y lo he hecho para que se sienta inculto.


Los autoctonos empiezan a llegar a la discoteca. Hoy es viernes. Los viernes nos visitan, a primera hora, los estudiantes del colegio noruego. Suelen tener entre 16 y 19 años, y dinero: son hijos de papá. Sus padres los mandan a esta ciudad turística para que aprendan ingles mientras hacen el bachillerato. Pero ellos, por lo que he visto, no se dedican más que a emborracharse a drogarse y a follarse. Y las chicas suman a esas actividades las de ir a la playa y de compras por las tiendas de moda de la ciudad.


Les envidio.


Hay uno que me llama mucho la atención. No hay viernes noche que no venga al pub. Es alto, muy pálido de cara y desgarbado: en definitiva, poco agraciado. Para colmo lleva el cabello como Michael Jackson cuando pertenecía a los Jacksons 5. Se ha dejado crecer el cabello a lo largo pero, como su pelo es muy rizado, le crece hacia arriba, amontonándosele sobre la cabeza igual que si llevara permanentemente un gran casco de moto compuesto por pelo púbico gomoso.



Su entrada en la discoteca siempre hace que los turistas se queden mirándolo. Su cabello llama mucho la atención. Impresiona y hace que todo el mundo deje de hablar, de beber, de bailar y no puedan hacer otra cosa que mirarlo. Y, tras esos segundos, los turistas, sus compañeros de clase y nosotros los camareros, estallamos en carcajadas.


Es un buen momento.


Los autoctonos continúan señalándolo con el dedo durante toda la noche, algunos, los más atrevidos se acercan a él y le sacan fotos. Él siempre posa a la vez que ríe.

No sé de que coño se ríe.

Sus compañeros de clase se apartan de él. Las chicas lo huyen. Siempre lo veo solo, caminando de un lado a otro de la discoteca, con un vodka naranja en la mano, mirando a la gente con una sonrisa en la cara.


Y la verdad es que nunca me ha parecido que le importe estar solo.

Esta noche no he podido más: me he acercado a él: y he empezado a hablarle rápido, con vergüenza, primero porque no quería que me vieran hablando con él (no quería que nadie pensara que yo era amigo de un tipo tan poco enrollado) segundo, porque no sabía si le molestaría lo que tenía pensado decirle:

-¿Por qué no te cortas un poco el pelo? ¿Por qué no lo engominas y lo aprietas hacia abajo? -le pregunto.

-Noooo. Me gusta tener el pelo así.

-¿Por qué?

-Me gusta.

-Joder. Pero la gente se ríe de ti, hasta te sacan fotos de lo ridículo que se te ve ¿Es que no te das cuenta? Y las chicas no quieren estar contigo ¿Es que no quieres tener novia? A todo el mundo le da vergüenza acercarse a ti a no ser que sea para reírse o sacarte una foto. Incluso estoy seguro que en el colegio todos te evitan ¿Verdad?

-Sí.

-¿Y no estás harto? –pregunto sorprendido.

-No -contesta.

-¿Pero por qué?

-Porque así evito que se me acerque la gente estúpida ¿Me guardas un secreto? Creo que la gente que se ríe de mí y me evita sólo porque yo lleve el pelo de esta manera no vale nada. Es una suerte que esas personas se mantengan alejadas de mi y que sólo se me acerquen para sacarme una foto y hacerme una broma.


Le miro.


Este tío me ha dado una buena bofetada.

Y me la merezco.

Con 17 años tiene, más personalidad, que yo a mis 27. Y a mis 30, y a mis 31 y a mis 32...

Este tío es Sidharta.


-Por favor -le digo- a partir de esta noche, siempre que vengas a esta discoteca pídeme las copas a mi. Te pasaré gratis todas las que quieras. No puedo más que sentir admiración y respeto hacía ti. De verdad.


-Deja -contesta-. No es necesario, tengo dinero.


Agacho la cabeza: me voy: humillado.


Y cuando, a lo largo de la noche le miro y él también lo hace yo no puedo más que seguir bajando la cabeza o huir, avergonzado, fijando mi vista hacia otra gente o hacia los espejos de la discoteca que me reflejan: y, entonces, no logro ver más que a gilipollas.


Pero lo mejor es cuando vuelvo a ver a un turista sacarle una foto y él posar riendo. Por fin sé de qué se está riendo.

De quién y de quienes.